Quién lo diría, quién lo advertiría, quién imaginaría que atrás de ese rostro de pasmado, hay un tipo violento e iracundo, que ya enfadado actúa peor que un pandillero de barrio.

Resulta que la semana pasada en las oficinas del Partido Acción Nacional ubicadas en la céntrica calle de Zamora, en la capital veracruzana, al aprendiz de político de nombre Omar Miranda le dijeron los altos mandos del panismo que si sabía contar, que no contara con ellos pues no le darían absolutamente nada.

Y es que Joaquín Guzmán Avilés se dio cuenta a tiempo que el legislador plurinominal –la diputación se la regaló Pepe Mancha- no representa absolutamente nada, que sólo es un tipo que cuida sus perversos intereses, pero que políticamente no trae nada, su fuerza se reduce a su persona, pues nadie lo sigue en ese instituto.

Luego de que a bocajarro le soltaron que estaba fuera de las candidaturas, Omar Guillermo Miranda Romero, se enojó, babeaba -¿más?-, manoteaba, cambiaba de color del rostro, cerraba el puño y juró por todos los dioses que se vengaría, que algún día sería alcalde de Xalapa y se tendrían que cuadrar con él.

Fue tanto su ardor y rabia, que hasta se puso a retar a golpes a miembros del comité estatal, pero como le dijeron que mejor se fuera a su casa a dormir o le iban a echar a la policía, el diputado “levantadedo” salió echando chispas.

Extrañamente, después en el estacionamiento del inmueble que alberga las oficinas del PAN aparecieron dañados varios vehículos y camionetas, siendo el presunto autor de éste bajeza Omar Miranda y los bufones que le acompañan a todos lados. Ni modo, el que se enoja, pierde. ¡Se vale sobarse!