En México existen múltiples estudios realizados por insignes especialistas e investigadores que plantean diversos escenarios relacionados con el sector agroalimentario, sin embargo, éstos no han logrado incidir de manera contundente en el diseño de las políticas públicas necesarias para el desarrollo sostenido y eficiente del sector.
Es más, los resultados de la gran mayoría de esos trabajos de investigación evidencian el deficiente diseño y desempeño de las políticas públicas pasadas y presentes para atender los inmensos retos que enfrentará el sistema agroalimentario nacional en un escenario de corto plazo, durante el año 2021, y a mediano y largo plazo, las próximas décadas.
Atender (y entender) lo que enfrentaremos los actores del sector (Autoridades, Organizaciones Gremiales, Académicos e Investigadores, Profesionistas del Sector, Productores, Comercializadores y, sobre todo, los Consumidores) implicará que de seguir desdeñando la implementación de métodos productivos eficientes, uso de nuevas tecnologías, cuidado y sustentabilidad del medio ambiente, significará atentar contra el bienestar de las generaciones presentes y futuras en una variable esencial como lo es la alimentación.
En las próximas décadas el desafío ineludible para los sistemas agroalimentarios del mundo, especialmente para los países en desarrollo, será el asegurar el abasto suficiente de alimentos para su población
Esto se debe a que la demanda de alimentos se intensificará por el crecimiento de la población, y su concentración cada vez mayor en centros urbanos, desdeñando la producción de autoconsumo que hoy día, ejerce un elevado porcentaje de la población rural y que, de alguna manera, una parte de la misma llega a los mercados de consumo de las ciudades pequeñas y medias; asimismo, la desaparición de apoyos y subsidios a la agricultura y ganadería comercial, el incremento en los precios, la expectativa de una mayor esperanza de vida son factores que incidirán de manera decisiva en la producción agroalimentaria.
En contraste, el incremento de la oferta se vislumbra con un escenario adverso: la expansión de la tierra cultivable está prácticamente agotada y se utilizarán mayores volúmenes de productos agrícolas para usos no alimentarios, toda vez que, al no haber recursos gubernamentales disponibles para apoyar programas de mecanización, riego, diésel agropecuario y marino, subsidios a la electricidad de uso agrícola, etc., no se ve, al menos en el corto plazo, una estrategia viable para satisfacer la demanda futura de alimentos del país, esto como resultado de una política pública confusa cuyo alcance del concepto “autosuficiencia alimentaria” es entendido como una producción de traspatio y no como una actividad preponderante cuyo objetivo final deberá ser el incrementar la productividad de la producción primaria.
Una circunstancia adicional para tomar en consideración deberá ser que, además de la necesidad de asegurar la oferta de alimentos, será necesario producirlos a un precio accesible para los consumidores. Por ello, un reto adicional será el diseño de estrategias para reducir los costos de producción, así como deberán buscarse mecanismos logísticos para reducir los costos de distribución, por lo que las cadenas de suministro tendrán que volverse más eficientes.
Otro reto que incidirá en la producción agroalimentaria serán los efectos del cambio climático, así como las políticas que los Estados Unidos dispongan una vez que termine la era Trump y el nuevo gobierno retome los Acuerdos de París Sobre Cambio Climático, por lo que seguramente, se estarán diseñando y aplicando estrategias de política agropecuaria orientadas a enfrentar y minimizar los efectos del cambio climático sobre este sector en ese país, y sus aliados (aunque honestamente, no sé si México pueda ser considerado en ese esquema).
Temas relevantes también son el deterioro de los suelos, la disponibilidad del agua y la contaminación de los mantos freáticos, ríos y mares, los cuales se convertirán en retos a atender por las políticas alimentarias futuras.
En la búsqueda de una mayor productividad, competitividad y crecimiento económico, el desarrollo y la aplicación de nuevas tecnologías será fundamental y deberá tomar en cuenta cuestiones sociales como la reducción de la pobreza rural a través de la creación de más y mejores empleos, y educación y salud para la población, además de considerar en mayor medida retos globales como la seguridad energética, la sustentabilidad y el cambio climático
Uno de los factores que de ninguna manera podrá dejar de atenderse en 2021, y en los próximos años, el es tema de la pandemia mundial. Mientras no exista una vacuna eficiente que controle o erradique al Covid19, la población mundial presentará cambios sustantivos en cuanto a su tamaño, grupos de edades y distribución geográfica, lo que impactará sobre la demanda de productos y servicios que respondan a los nuevos patrones de consumo, características y necesidades de cada grupo poblacional.
Bajo esta óptica, las estimaciones son que los países en desarrollo, según datos de la ONU, concentrarán el 87% de la población mundial en 2050, lo que representará un galimatías inmenso en términos de abasto de alimentos, ya que se estima que para satisfacer la demanda alimenticia básica de esa población, la oferta de alimentos debería aumentar gradualmente alrededor de 3% anual para alcanzar alrededor del 100% para ese año, mientras que para alimentar al total de la población mundial, la producción primaria global de alimentos se tendría que incrementar 70% en las próximas cuatro décadas.
De acuerdo con la FAO, entre 1961 y 1991, la superficie agrícola mundial creció 402 millones de hectáreas (mdhas), en contraste, en el periodo 1992-2007 dicha expansión tan sólo fue de 36.4 mdhas, lo que implicó una tasa media de crecimiento de únicamente 0.05% en ese periodo.
Asimismo, durante el periodo de 1999 a 2007 la superficie arable (no sembrada, pero con potencial para serlo) permaneció prácticamente sin cambios, con variaciones inferiores a 0.5%. Este dato, aunado al límite que representa la superficie agrícola mundial, indica que la producción de alimentos necesaria para satisfacer la demanda mundial futura no podrá ser alcanzada a través de la expansión de la superficie cultivada, por lo que, si nos atenemos a los datos históricos, estaríamos en el umbral de una hambruna de proporciones apocalípticas.
En las próximas décadas la producción de alimentos en el mundo y en México deberá crecer necesariamente a tasas más aceleradas que las históricamente registradas, con el propósito de intentar satisfacer las necesidades futuras de alimentación de la población.
Para ello será necesario incrementar la productividad agrícola a través de la tecnología, de lo contrario, se generará un incremento sostenido de los precios de los alimentos con el consecuente efecto sobre el poder adquisitivo de la población y la pérdida de bienestar, especialmente en los países más pobres.
Desafortunadamente nuestro país ha caído en un letargo productivo y, sobre todo, presupuestario, donde el gobierno en turno desdeña la producción, confunde conceptos, nulifica la investigación y, sobre todo, privilegia la dádiva y el subsidio, condenando al campo mexicano a su extinción. Hoy, los productores mexicanos están peor que nunca, pero la población, estamos en un riesgo inminente por la desastrosa actuación de las autoridades actuales. Triste e incierto panorama el que nos espera.