* Modric, Vázquez y Valverde fueron los autores de los goles merengues

MARCA

Sin Karim Benzema, presente en el homenaje inicial, Vinicius aprovechó la ocasión para servir dos balones de oro, a Modric y Lucas Vázquez, que sofocaron la rebelión del Sevilla.

Un gran gol de Lamela al poco de arrancar el segundo tiempo castigó la desconexión blanca tras el descanso, pero los cambios de Ancelotti resucitaron a los blancos, que acabaron en festival con otro gol extraordinario de Valverde, para poner el marcador 3-1 en la jornada 11 de LaLiga.

Se tiñó el Bernabéu de dorado, bajaron los mitos al césped (Casillas y Zidane) para honrar a los héroes de una temporada inolvidable, Courtois y Benzema, y el Madrid se dispuso a brindar el mejor homenaje posible a los premiados.

En seis minutos ya estaba por delante en el marcador, en la demostración de que VInicius es cada día mejor y más completo. Puso trabajo defensivo para robar a Montiel, verticalidad para buscar el área, habilidad para recortar, temple para levantar la cabeza y buscar al compañero, visión para descubrir el desmarque de Modric y precisión para poner un pase perfecto, para empujar.

El tanto sació al líder, y bien que le vino al Sevilla. Al plan de Sampaoli, conservar la pelota en lo posible para eviitar daños y mantenerse en el partido, le convenía la bajada del ritmo, sin delanteros ni futbolistas veloces. En su regreso al Bernabéu, Isco se ubicó en punta.

Las posibilidades de pisar área en esas condiciones eran muy reducidas, pero sí permitía posesiones más seguras y largas a los hispalenses. Aún así, quedaban expuestos a los arranques de los puntas blancos, Vinicius y Rodrygo, mucho más rápidos que sus pares. Montiel vio amarilla al cazar a Vinicius de mala manera, pero Sampaoli no le aplicó la ley Carmona del minuto 31 y dejó al argentino en el césped. No tiene culpa el técnico de Casilda de la plaga de lesiones en los centrales, y aunque contó con Marcao, a Gudelj se le notó que ocupaba una posición donde no está cómodo.

Al Madrid le faltó colmillo para sentenciar justo antes del descanso. Robó de nuevo Vinicius en la medular, Rodrygo condujo por el centro con la pelota pegadita al pie, buscando huecos y líneas de pase para hacer, como casi siempre, lo que más convenía a la jugada. Sirvió al lado derecho por donde entraba Modric en solitario. El croata pudo rematar pero se le echó la zaga encima cuando recortó con el tacón. Ese toque de más también afectó a Vinicius, que aprovechó las dificultades para girarse de Gudelj y se plantó solo ante Bono.

Es verdad que lo más potable en ataque del Sevilla fue una falta por una entrada destemplada de Tchouaméni que Rakitic estrelló en la barrera en el primer tiempo, pero ganó los vestuarios con el partido vivo. Y las pérdidas del Madrid por falta de tensión hizo crecer a los hispalenses, a la espera del ingreso en el campo de futbolistas de ataque.

Fue Montiel quien robó a Vinicius, levantó la vista, descubrió el desmarque de Lamela, le sirvió un caramelo con el exterior a la espalda de Alaba, enganchado, y el extremo convirtió, también exquisito, con la misma superficie del pie. Golazo, y partido nuevo.

La desconexión blanca fue alarmante. Empezó perdiendo balones Rodrygo y el contagio fue masivo. Se miraban unos a otros, perplejos. Como el día del Shakhtar, sintieron que el partido era fácil y desconectaron sólo con 1-0.

Sampaoli deshizo los cambios previstos porque su equipo era otro. Sobre todo Montiel, crecidísimo hasta enterrar su error de inicio. Ancelotti también agitó el partido, retirando a un discreto Tchouaméni por Camavinga para colocar a Kroos en el eje. Suficiente para recuperar el pulso blanco.

Quedaba una última tanda de cambios y ambos técnicos buscaron el triunfo, pero fue el Madrid quien encontró premio. Una pérdida de Rafa Mir permitió construir un monumento a la contra, con Asensio arrancando y sirviendo para Vinicius, de nuevo mano a mano ante Bono, y en lugar de atropellarse aguantó y para que Lucas Vázquez anotara el segundo.

La participación de Lucas y Marco demuestra su relevancia en el proyecto, entren cuando entren. Sobre todo a este nivel de conexión. Como el de Valverde, en trance. Convirtió una pelota sin gloria, sobre el costado del área, en un disparo tremendo, cruzado, a la escuadra. Imposible de detener. El Bernabéu se dejó la garganta gritando el apellido de su ídolo.