El espíritu del aguacate

Mi abuelo, de oficio campesino, cuando regresaba de trabajar acostumbraba sentarse bajo un enorme árbol. En aquel tiempo, Xalapa era apenas un pueblo rodeado por montes. El árbol de aguacate, junto al que mi abuelo se sentaba, impresionaba a cualquiera por la altura y lo ancho de su tronco. Mi abuelo se recostaba contra el y sacaba del morral una botella de aguardiente de caña, y a cada trago repetía:
– No más, pa’l cansancio.
Un día, que ya venía entonadón, se dispuso a reposar como todas las tardes; en eso, escuchó un quejido desde el otro lado del árbol. Pero aseguraba que no era lamento de animal, sino de cristiano. Contó que aunque él nunca fue miedoso, al escuchar aquel ruido sintió la muerte chiquita.
La siguiente vez que se sentó en ese lugar, no solo oyó el gemido, sino también divisó una tenue luz que salía detrás del aguacate. Se armó de valor y se acercó para ver lo que había ahí y encontró a un hombre apoyado en el tronco con un sombrero de alas grandes, que le tapaba la cara.
– Soy Joaquín Aguirre, y no puedo contarme entre los mortales. Tengo una gran deuda y mientras no la salde no podré encontrar mi camino hacia el gran silencio. Por eso te pido tu ayuda para saldar este pendiente.
Mi abuelo debía desenterrar un dinero que estaba en su propiedad, y mandarlo a una iglesia, a unos 20 km de allí.
Por supuesto que mi abuelo jamás hizo tal cosa; ni excavó su tierra ni tampoco volvió a sentarse en aquella piedra. Desde entonces, le agarró muy fuerte el vicio y cuando estaba muy borracho sufría alucinaciones; siempre veía a Joaquín pidiéndole ayuda. Nunca supimos si hay oro enterrado y solo mi abuelo hubiera podido saberlo.
Historias, cuentos y leyendas de Xalapa/Autor: Alberto Espejo