Vale la pena aclarar algunos temas relativos al campo: Uno de ellos, quizá el más importante es que México lleva años siendo autosuficiente en la producción del maíz que consumimos los mexicanos. Para nuestra alimentación, para hacer las tortillas o tamales, utilizamos maíz blanco, producto en el que somos el primer productor a nivel mundial, con un volumen de alrededor de 23,000 millones de toneladas por año, lo que representa un consumo per cápita de 331.6 kg anuales. (SIAP, 2018)
En el caso del maíz amarillo, éste se usa principalmente, para alimentar a los animales, principalmente, por el crecimiento que tuvo el sector pecuario, motivo por el cual, al tener una producción estimada de 12,500 millones de toneladas al año (SIAP 2018), mismas que resultan insuficientes para cubrir la demanda del sector, se ha recurrido cada vez más a la importación del producto, especialmente, de los Estados Unidos.
Al destacar estos datos, como ejemplo, podemos darnos cuenta de que el discurso oficial dista mucho de ser preciso: el campo mexicano no está abandonado ni tiene porqué ser únicamente un campo de subsistencia. Hay un sector de este que ha hecho bien las cosas, que supo aprovechar y rentabilizar los apoyos que en su momento destinaron el gobierno federal y los gobiernos de los estados y que llevó a nuestro país a competir a nivel mundial por su gran productividad, siendo un caso de éxito para México y motivo de orgullo para sus habitantes y participantes del sector.
Como consecuencia natural de estos esfuerzos, México en 2018, llegó a colocarse como el décimo productor agroalimentario del mundo, posicionando en el gusto de los consumidores extranjeros productos insignia como el aguacate, el limón persa, las berries, el tequila, el mezcal y la cerveza.
La producción en México creció tanto que se lograron importantes volúmenes excedentarios que fueron exportados a países como Estados Unidos, Australia, Corea, Japón, Alemania, Italia, España e incluso, la Península Arábiga, toda vez que hay un segmento de productos Kosher y Halal que cumplen con sus requerimientos específicos.
La producción agropecuaria incrementó desde mediados de los 90, gracias a programas de Productividad Agroalimentaria, Estímulos a la Producción, Agricultura Protegida, Concurrente con las Entidades Federativas, y de Comercialización desarrollados por ASERCA y ProMéxico, esto derivó en que sector agroalimentario mexicano es el tercer mayor exportador del país, detrás de la industria automotriz y otras manufacturas, superando al petróleo y al impacto de las remesas.
Sin embargo, y a fuerza de decir verdad, no todos los casos son de éxito. Históricamente existe una gran parte del campo mexicano que no lo ha tenido y que representa al 80% de los productores que tienen menos de cinco hectáreas y a los que sus ingresos no les alcanzan para cubrir sus necesidades, lo que representa un verdadero reto para las políticas actuales, ya que para lograr sumar a esos productores al éxito que han obtenido los otros, debemos ayudarlos a incrementar su productividad.
Esto no se va a lograr con políticas asistencialistas, para lograrlo, necesitamos una Secretaría vigorosa, decidida y con visión clara, que logre difundir e implementar los nuevos conocimientos, así como las técnicas y herramientas que elevan la productividad del campo. Que impulse y retome programas de productividad orientados al pequeño productor, que invierta recursos públicos en proyectos viables y rentables, que coordine adecuadamente el trabajo conjunto de Extensionistas, Académicos, Proveedores, Comercializadores y todos quienes integran la cadena productiva del sector, así y sólo así se podrá lograr un verdadero desarrollo sectorial.
Otro tema de relevancia es la reconversión productiva: hay plantaciones que generan más valor que otras. Una hectárea de aguacate produce un valor cientos de veces superior al de una hectárea de maíz. En el caso del agave, una hectárea produce un valor de hasta mil veces superior a la del maíz. El proceso de transición es tardado y no es tan sencillo, por eso el gobierno debe ser el medio para que los productores sean más productivos y rentables mediante el cambio de plantaciones donde sea viable. Eso será más útil que acostumbrar a pequeños campesinos a depender de subsidios del gobierno para siempre. Cómo dice viejo proverbio, no regales pescado, mejor enseña a pescar.
Otras formas de incrementar los ingresos de los campesinos, es aumentar el valor agregado de lo que venden. Vincular al productor con las cadenas de comercialización lo impulsa a producir con calidad, sabedor que su producto será pagado de mejor manera, y eso, genera progreso y bienestar.
Podría extenderme mucho más hablando de casos específicos, sin embargo, resumo en lo siguiente: En el campo mexicano hay casos de éxito, hay resultados tangibles que se traducen en divisas para el país, pero éste no ha beneficiado a todos los productores. Si queremos realmente apoyar a los que se han quedado atrás, hagámoslo de la forma que ya ha probado ser efectiva en este país, incrementando el valor de la producción, con mayor conocimiento y mejores técnicas, motivemos a nuestros Diputados y Senadores a legislar responsablemente y definir políticas públicas que generen valor, incrementen la producción y promuevan el bienestar de las familias rurales, que no sigan desmantelando las instituciones que daban servicio a los productores, que los presupuestos se discutan con responsabilidad y visión de futuro, y que vigilen que éstos se apliquen al pie de la letra. Esto es lo que esperamos de ustedes.